miércoles, 8 de agosto de 2007

El barrio se llamaba Gurugú. Situado exactamente entre el cruce de una carretera sin semáforo y el barrio de los Colorines donde la policía no patrullaba nunca las calles. Cuarenta grados de calor en plena tarde de julio y con el cielo nocturno más bonito que pudiese verse desde cualquier punto de toda Badajoz.

Hace unas semanas se ha cumplido un año desde aquel viaje que cambió la vida de muchos de los que acudimos en busca de una nueva experiencia que terminó siendo reveladora. Existen muchas razones por las que hacer un alto en el viaje de este blog para recordar hechos pasados. Seguramente porque aquel viaje fue un antes y un después, un campo de trabajo que dejó de denominarse de este modo en el mismo instante en que el primer niño te dio un abrazo y quiso subirse a caballito; en el momento en que abrieron los cuadernos y sus actividades de apoyo escolar eran crucigramas; en el mismo momento en el que a las 4 de la tarde sonaba el timbre de la casa y eran parte de ellos que venían a jugar al fútbol, a las cartas, a hacer pulseras; en el mismo momento en que veías brillar la mirada de los ancianos de la residencia al entrar por la puerta cada tarde; en el mismo momento en que una ancianita enferma de alzheimer que jamás levantaba la vista del suelo te miraba y sonreía. Existen mil motivos por los que olvidar que aquel viaje tuvo el nombre de ‘campo de trabajo’. Trabajo es aquello que te requiere un esfuerzo, y aquellos quince días estuvieron vacíos de todo esfuerzo sin apetencia.

En el corazón del Gurugú existen cantidad de historias personales distintas. Historias que se esconden tras la sonrisa de niños y niñas que no pueden tener una educación digna, una higiene correcta o un pedazo de amor. Niños que merecen disfrutar de su condición de infantes sin preocupaciones con la pureza de la inocencia y sus fantasías. Seguramente ninguno de nosotros podrá hacerse una idea de lo que significa no disfrutar de la infancia; existe un pequeño barrio, allá en Badajoz, justo tras caminar varias calles después de cruzar el puente donde ser niño es una utopía.

Aquel viaje tuvo mucho más que una convivencia repleta de experiencias alejadas de la vida cotidiana. Badajoz fue el punto y aparte, el motor que hace comprender porqué merece la pena mirar en derredor e intentar leer en los ojos de las personas. Ocho personas, aparentemente conocidas, iniciamos la travesía. Pero la apariencia pronto desapareció y se tejieron lazos más estrecho si cabe. Personalmente Badajoz fue una mirada hacia el exterior que llevó a mirar hacia el interior. Durante el día otras vidas requerían de atención pero era durante la noche cuando a la luz del cielo estrellado, armados de toallas ocupábamos la terraza para hablar. Sencillamente para hablar. Entre nosotros y con nosotros. Y también para callar (bueno, aveces también para saquear la cocina, pero esa es otra historia).

Existen muchas historias que merecen ser contadas. Me gustaría que hubiera cabida en este blog para todo aquello que merece ser contado, toda la realidad que debe ser conocida, todos esos detalles que hacen que merezca la pena vivir para los demás aunque sólo sea durante un tiempo.
Por que existen muchos barrios de Gurugú y muy pocas manos tendidas.

De todo corazón,

Aldonza Lorenzo.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Aqui llegan los refuerzos, esperando sentar bien la cabeza, y las nalgas en una buena silla que no me incomode mientras escribo estas palabras, felicitarte por los comienzos que vienen siendo siempre brillantes, animarte para el transcurso de las demas etapas que conlleva este camino, espero no necesitar mucho animo para darte, eso significaría que todo va sobre ruedas y que escribes con soltura lo que piensas sin atropellos, no son burdas mis palabras, si las piensas algo en clave llevan, y es que escribir en esta vida es tal vez muy parejo al vivir, al tajo de la vida.

sense moltes ganes de enrollarte, i amb moltes coses mes que anire deixant caure per açi, fins a d'açí res, fins a ja, bona nit, i sort.

Anónimo dijo...

Hola. Que blog más trabajado y profundo. No sé si estare a la altura con mi comentario.

El viaje a Badajoz no fue un viaje, fue una gran experiencia para todos los que fuimos. Aprendimos muchas cosas y enseñamos otras cuantas. Ver la cara sonriente de los niños cuando llegabamos al centro nos relajaba despues de habernos levantado tan pronto y haber hecho las faenas de la casa, aunque sabimos la guerra que nos iban a dar. Lo mismo sucedia con los ancianos. Los primeros días todos tenían las miradas perdidas. Más tarde levantaban la cabeza y sonreían al vernos llegar.

Cuando estabámos en la casa era un mundo a parte. Mucho cachondeo y mucha confianza con todos. Era un buen ambiente.

Por lo que me dijiste que te conto Cloti, teniamos que haber vuelto a ir nosotros. Que gente...

Ojalá se repita.

Besis